Dilemas de una ciudad sin plan.
Entre la melancolía y el cemento, Buenos Aires dejó de planificar. Tradición sin política, modernidad sin humanidad.
por Mateo Barros y Bautista Prusso | 18 abril 2025
Tiempo de lectura: 10 minutos
Introducción
A la luz de los acontecimientos y del termómetro de la opinión pública, nos animamos a arriesgar que el proyecto político del PRO en la Ciudad de Buenos Aires, bastión en donde tuvo su génesis, está agotado o –al menos– sumergido en una crisis identitaria profunda. Tras 17 años de gobierno en la Capital Federal, al partido amarillo se lo ve falto de iniciativa, desdibujado e incapaz de oxigenar una gestión que hace rato no hace goles. Es una administración presa de sus propios inventos, capturada por un buffet de empresas que, hace 17 años también, están encargadas de la prestación de servicios públicos; los cuales, año tras año, se degradan en calidad mientras aumentan los márgenes de ganancia de estas compañías. Nos referimos a las tercerizadas que se ocupan de la higiene urbana en la Ciudad, la alimentación en las escuelas, la ejecución de obras públicas, el mantenimiento del espacio público y la operación del sistema de subtes, entre otros.
El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, durante el primer año de gestión de Jorge Macri, abandonó el sendero de la planificación. La improvisación y la torpeza oscilan entre el seguidismo libertario y la defensa tenue de un modelo que perdió su capacidad de innovación y no tiene claro a quién le habla.
¿Cuáles son hoy las principales preocupaciones de los ciudadanos de la CABA? Si tuviéramos que hacer un racconto rápido, ubicaríamos los siguientes aspectos: vivienda, transporte, seguridad, higiene urbana y desarrollo económico. Sin puntualizar aún al interior de estas agendas, puede señalarse que, aunque en etapas específicas de la administración PRO en la Ciudad se evidenciaron intentos serios de abordaje, en los últimos años se ha minimizado sustancialmente el rol del Estado porteño como promotor del desarrollo en el ejercicio de sus competencias autónomas y se lo ha limitado a la actuación propia de un municipio carente de recursos dedicado a facilitar inversiones privadas, sin aparente preocupación por las externalidades positivas en que éstas redunden o por el impacto del rumbo económico nacional en su territorio.
Renunciar a la planificación, es renunciar a ordenar la vida en comunidad y, por lo tanto, a la realización individual de las personas que viven en ella. En estas líneas, nos proponemos iniciar un recorrido alternativo que discuta en el plano estético, político y de gestión, el futuro de la Ciudad de Buenos Aires.
- El fetichismo de la tradición y el debate por la densificación
“A sus casonas anchas, chatas y buenas como la sombra de una parra a la hora de la siesta, oponemos en nuestro pensamiento los rascacielos presuntuosos; a los andurriales y charcas donde el cielo se miraba sin apuro, la lisura de las calles bien pavimentadas; a la pampa indivisa y cerril, los predios de fecundidad recortada; (…); a las carretas, los trenes y automóviles; a los veleros, los paquebotes; a sus hojuelas de tipografía más despatarrada que un manuscrito, los multifásicos rotativos en que pretendemos detener un instante el inacabable fluir del futuro al pasado.”
(Scalabrini Ortiz, Diario La Nación, 10-04-1929).
El debate acerca del desarrollo urbano viene de la mano de una controversia sobre la cual no existe un criterio unívoco o técnicamente infalible entre los especialistas: el “nivel adecuado” de densidad urbana. Como en toda urbanización capitalista, son las formas culturales y el ciclo de circulación y reproducción del capital necesario quienes definen qué tipo de sistema espacial nos damos en las ciudades que habitamos. Los efectos útiles de aglomeración (Topalov, 1992) forman parte del orden de la subjetividad: depende de qué consideramos útil hoy o mañana, es decir, de donde fijamos los beneficios sociales, económicos y ambientales que los ciudadanos merecen. Allí radica el nudo del debate respecto de qué, cómo y cuánto se construye a lo ancho y alto de una ciudad.
En la Ciudad de Buenos Aires reina cierto fetichismo de la tradición –o, podríamos llamarle, del mito original–. Enaltecemos la esteticidad del fileteado tanguero y romantizamos la Buenos Aires de Corrientes y Maipú por escucharla en voz de Edmundo Rivero, aunque vayamos más seguido a los dancing de Corrientes y Dorrego. Nos parecen irremplazables las calles adoquinadas y las grandes casas de estilo colonial o neoclásico, nos limitamos a defender el eclecticismo italiano y francés de fines del Siglo XIX de Juan Antonio Buschiazzo1 o Francesco Tamburini2; lo sacralizamos tanto que la postura se vuelve conservadora e inmovilizante: anula la discusión respecto de si existe relación entre el crecimiento demográfico, la oferta de vivienda asequible y la conservación del patrimonio.
¿Por qué ese detenimiento estático en la Buenos Aires pre-democrática de la ola inmigratoria que obstruye la apertura a un modernismo típicamente argentino? ¿No hay en la lisura de las calles bien pavimentadas de Scalabrini Ortiz una llave que abra puertas a la encerrona de la fijación nostálgica? ¿No se puede destacar a las Aguafuertes de Roberto Arlt y pensar un desarrollo urbano que suspenda el insoportable fluir del futuro al pasado?
Entre un sector de la ciudadanía preocupado por sacralizar sus propios ritos de ejercicio melancólico y un espíritu new age cosmopolita y moderno decidido a borrar con el codo la historia, consideramos que tiene que haber un equilibrio virtuoso para pensar la Ciudad. Para que quede claro, no pretendemos entrar en una cruzada estética pero sí trazar un “sentido común”: ni tábula rasa sino-soviética, ni conservadurismo aristocrático europeo, sino lo que resulte más conveniente para el argentino y la argentina de carne y hueso de hoy. Buscar la identidad nacional y porteña realmente existente y no la que nos devuelvan nuestros preconceptos. Confitería El Molino vs Palermo Soho, ¿Quién se queda con la identidad?
En rigor, no tiene sentido conservar barrios enteros de casas bajas con alto valor de uso del suelo si esa densidad torna ineficiente la provisión de servicios públicos, movilidad, desarrollo económico o sostenibilidad ambiental. El progresismo está atrapado en un pesimismo nostálgico, y hay que sacarlo de ese lugar con urgencia. Freud (1917) en su ensayo Duelo y Melancolía nos recuerda que la melancolía actúa como una especie de duelo provocado por una pérdida de la libido. Sí, no es una novedad que la política progresista perdió potencia, originalidad y erotismo para imaginar el futuro. El enfrentamiento social al modelo de desarrollo inmobiliario del PRO denuncia una injusticia a todas luces evidente: la construcción voraz de edificios que operan como cajas de ahorro dolarizadas, cuyo destino habitacional rara vez ocurre según lo conveniado, y cuyas estructuras suelen deteriorar la calidad de vida del entorno (menos luz y más tráfico, para empezar). Sin embargo, esta postura llevada al extremo límite corre el riesgo de la zoncera: convertirse en una retaguardia en defensa de la identidad cuya agenda es conservar la mayor cantidad de edificios posible y, eventualmente, reclamar más metros cuadrados de parque en la costanera. La melancolía opera como duelo imposible: una identificación que queda fijada de forma narcisista con el objeto perdido y que bloquea la transferencia de las energías libidinales hacía un recipiente nuevo.
En la gran mayoría de los casos, más edificios de 6 a 8 pisos con departamentos de uso residencial se traduce en mayor bienestar ciudadano. Densidad no significa vivir hacinado en una pajarera, muchas veces es, simplemente, sinónimo de mayor eficiencia. Buenos Aires sigue siendo una Ciudad de baja densidad relativa y se encuentra lejos de su techo en cuanto a los efectos útiles de aglomeración, aunque tampoco hay que llevar la densificación al paroxismo –o más allá del nivel de la eficiencia– porque puede pasarnos lo que a Nueva York, un modelo excesivamente denso que se torna destructivo, dónde están completamente saturadas la movilidad urbana y los estándares ambientales. En tal sentido, la renovación urbana también tiene utilidad capitalista: si existe la renta diferenciada del uso del suelo es porque existen sobreganancias de localización. La proximidad a infraestructuras, redes de transporte, servicios públicos o mercados, mejora la calidad de vida de los habitantes, reduce los costos de producción y aumenta la rentabilidad de las actividades económicas que se desarrollan en ese espacio. Estas condiciones no son realismo mágico del capital, son el resultado de procesos históricos y sociales de urbanización y concentración espacial en los que la planificación estatal es clave.
Ahora bien, si la renta inmobiliaria y la financiarización de la vivienda son para decir mal y pronto «guita fácil» para capitalizar al Estado local –capturando plusvalía urbana de la inversión privada–, ¿Entonces, qué se puede hacer? En primera instancia, por más que suene aburrido, insistimos en que se trata de producir una oda a la planificación: sin mecanismos legales y una normativa que mire las necesidades de los inquilinos, será imposible. La vía es la radicalidad política para planificar. No la desregulación, ni el libre albedrío al mercado. La política tiene que defender la vida siempre, nadie viene a este mundo a sufrir para que otro viva holgadamente. Parafraseando a Daniel Santoro, el eje vertebral de la ciudad debe oscilar entre dos excesos: severidad y misericordia. Esto es, evitar la severidad del mercado ordenando el espacio urbano y la vida social (lo urbano como metáfora de cultura)3 para un capitalismo prebendario e ineficiente; y, por otro lado, el exceso de misericordia de un Estado que, compasivo, gasta mal, no planifica, no castiga y sólo juega a hacer presencias4.
Esa premisa hay que extenderla a cada subtema específico. Frente al molino del mercado y la proliferación de los alquileres turísticos, el Estado debe consolidarse como actor de referencia en el mercado de alquileres. ¿De qué manera? A través de un Banco Público de Viviendas bajo su administración, por ejemplo. Esta modalidad no es original y se encuentra muy difundida en el mundo, un caso de éxito es el de la Ciudad de Viena, que a través de Wiener Wohnen, empresa pública de desarrollo inmobiliario, gestiona un parque habitacional de 220.000 viviendas en el que viven aproximadamente 900.000 personas –¡casi un 50% de la población de la Ciudad!–. Es un modelo mixto de vivienda asequible donde aproximadamente 160.000 departamentos se ofrecen en forma de crédito a las familias y otros 60.000 se destinan a alquiler público.
París es una ciudad mayoritariamente inquilina (60% de hogares no propietarios), pero el Estado local se reserva un porcentaje considerable de ese mercado: 126.000 viviendas. Buenos Aires tiene una tasa más alta de propietarios que la capital francesa (36% de inquilinos), aunque a diferencia de la mayoría de las ciudades desarrolladas de Europa y Asia, no tiene un Banco Público de Viviendas en alquiler. Tampoco participa del mercado regulando mediante una ley local, administrando bajo un criterio de equidad su stock de tierras disponibles, o gravando fiscalmente las viviendas vacías de multipropietarios que las destinan al lucro especulativo. Como vemos, herramientas y argumentos sobran, ¿Qué detiene la inversión y la planificación entonces? En el Gobierno de la Ciudad, suelen responder con el bolsillo: el cepo, los desequilibrios macroeconómicos y la magnitud financiera de las inversiones son el caballito de batalla que hace de obstáculo para planificar. Estas razones resultan, de mínima, engañosas: el cepo no fue un impedimento para realizar la obra del Paseo del Bajo, por la que la Ciudad gastó 1500 millones de dólares; y los desequilibrios macroeconómicos del país no impidieron un volúmen de gasto de aproximadamente 200 millones de dólares anuales en publicidad y comunicación oficial. Contrastando nuevamente a Buenos Aires con Viena, Wiener Wohnen invierte 400 millones de euros al año en el financiamiento a subsidios, renovación y nuevas construcciones: es más de seis veces el presupuesto del IVC para 2025 –muy bajo, por cierto–, pero es menos del ahorro fiscal anual que representó el recorte del gasto público en 2024 (8,3% del total). No pasa solo en Europa, ciudades como Bogotá, Montevideo y San Pablo han seguido senderos similares. Al final del día, es una discusión respecto de dónde fijamos las prioridades y de cuánto debe intervenir el Estado en el funcionamiento del mercado para garantizar competencia, equilibrio y bienestar.
- Desarrollo inmobiliario sí, el caso Singapur
Singapur es un ejemplo de radicalidad en la planificación, y sus mayores armas para consagrarla fueron la Ley de Adquisición de Tierras (Land Acquisition Act, 1966), que permitió al Gobierno adquirir tierras de manera compulsiva para proyectos de vivienda pública y renovación urbana, y el Esquema de Propiedad de Vivienda (Home Ownership Scheme, 1964), que introdujo la venta de viviendas públicas con una condición de “arrendamiento” por el plazo de 99 años y un mecanismo de financiamiento accesible, permitiendo a los ciudadanos utilizar sus fondos de pensión para adquirir viviendas.
La construcción de viviendas públicas ha sido un motor clave de la industria de la construcción en Singapur. En los años setenta, proyectos como Bedok y Ang Mo Kio representaron grandes desarrollos urbanísticos caracterizados por una escala inimaginable en nuestros parámetros: construyeron ciudades enteras y autosuficientes de más de 50.000 unidades cada una, alojando al 20% de la población de Singapur en ese momento. Son conocidas como “Towns” y se trata de áreas residenciales, comerciales e industriales zonificadas y planificadas de manera tal que se integren viviendas, escuelas, centros comerciales, infraestructura recreativa y espacios verdes, promoviendo un estilo de vida comunitario y reduciendo la necesidad de largos desplazamientos.
Ponerle números a este modelo puede ayudarnos a ilustrar el volúmen de su desarrollo: Singapur es la Ciudad-Estado con mayor tasa de propietarios5 del mundo (más del 90%); y según el FMI (1991), el promedio de la inversión en la producción de vivienda pública durante la década del ochenta se ubicó en aproximadamente 15% del gasto público. En 1960, sólo el 9.1% de la población vivía en viviendas públicas (ONU Hábitat, 2020), pero este porcentaje creció rápidamente: 23.2% en 1965, 67% en 1980, 87% en 1990 y 90% para 2022.
Buenos Aires es una Ciudad caracterizada por una enorme economía de servicios, una industria manufacturera que aún conserva cierta pujanza, y por el desarrollo inmobiliario (punta de lanza de la industria de la construcción local, pero también de los servicios profesionales y financieros). La industria de la construcción explica entre un 4% y un 7% del Producto Bruto Geográfico porteño cuando observamos el promedio de la última década. En una ciudad desperfilada en términos productivos, el Ministerio de Desarrollo Económico tiene asignado apenas el 0,4% del presupuesto total para el año 2025 –menos de la mitad de la erogación planificada en concepto de servicios de la deuda pública–. El desarrollo inmobiliario, entonces, no debe ser leído como algo malo per se, por el contrario, bien direccionado –con proyectos público-privados, concursos proyectuales abiertos, cuotas de vivienda asequible, límites de altura de acuerdo al contexto urbano y la escala humana, eficiencia energética y uso habitacional garantizado, por ejemplo– puede ser una fuente de desarrollo económico nada desdeñable para la Ciudad.
Una expresión de la incumbencia y la débil actuación del GCBA frente a los shocks externos, o los ajustes de política económica a nivel nacional, queda de manifiesto cuando miramos la economía real porteña. Según el Monitor de Actividad Económica del I-Ciudad, las actividades que más traccionan son, a su vez, las más afectadas la enorme recesión y el apretón monetario del 2024: cayeron drásticamente el comercio, los servicios profesionales, la industria manufacturera y la construcción. Ésta última produjo un 26,4% menos de aportes al Producto que el año anterior. Tal como quedó de manifiesto con la sanción de la Ley de Bases, el RIGI y la vigencia del DNU 70/2023, el modelo de Milei procura sostener la estabilidad macroeconómica mirando únicamente la hoja de Excel del resultado de las exportaciones primarias. El éxito del plan económico reposa en el ingreso de divisas que la agroindustria, el sector hidrocarburífero y la minería –sectores priorizados con insumos difundidos importados y sin la participación necesaria de las PyMES nacionales en la cadena de proveedores– puedan aportar. En este modelo, la CABA se queda afuera: no tiene espacio ni recursos para aportar, lo cual debería encender una señal de alerta.
- Peronismo en la Ciudad: ¿Puerto Madero o conurbano infinito?
“He recorrido, como un alucinado, durante semanas, sus calles ‘sin esperanza’. Me he sentido oprimido, deprimido, furioso, desesperado. Sin embargo, ¿dónde se siente como aquí semejante potencial energético, una tal potencialidad, la presión incansable y fuerte de un destino inevitable?”
(Le Corbusier, 1979: 224).
Desde hace unos años el parafraseo a Mark Fisher se instaló casi como un magma en la jerga porteña: es más fácil imaginarse el fin de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que el fin del PRO en la Capital Federal. Y hay que reconocer que la construcción de una marca consolidada como el Sillicon Valley argento tuvo sus aciertos: del caos hicieron orden, de la transparencia y la eficiencia una bandera propia; y de la modernización: una identidad política. Una solución técnica, emprendedora y “moderna” al corazón identitario de los porteños.
Hoy, los errores no forzados del Jefe de Gobierno inauguran un nuevo capítulo para pensar una experiencia política que cierre el libro de la hegemonía obamista que camina renga por el abismo. Pero, desde este lugar nos preguntamos ¿Qué imaginario proyecta la política opositora ante la motosierra? ¿A que se convoca desde los partidos, las unidades básicas, sindicatos, streams, centros de jubilados o culturales? ¿Cuál es la traducción de nuestro día a día en un programa de gobierno? ¿Militar, stremar, tuitear? Como se pregunta Diego Valeriano, ¿A quien le delegamos nuestro estado de ánimo?
Si la pedagogía de inclusión al mundo –casi un principio doctrinario– del PRO fue su razonamiento fundante hoy parece que el espejo sobre el cual reflejarse no encuentra asidero. Vi todos los espejo del planeta y ninguno de ellos me reflejó6. Como dice Martin Rodriguez, el macrismo construyó desde el sobrerrealismo de conclusiones depresivas para la clase media y los trabajadores: a la gente le hicieron creer que podían tener una clase obrera, una industria; en este caso: les hicieron creer que podían tener vivienda, acceso a la salud de calidad. A esa animosidad anti-estatal y pro-eficiencia la sepultó la técnica de época. Milei eligió la sangre y no el tiempo. Entonces, nos preguntamos ¿El PRO renunció a sus banderas? ¿Quién enarbola hoy en la eficiencia y los grandes consensos en tiempos de motosierra?¿Cuándo renunciamos a tener una red de subtes digna y más extensa? ¿Cuándo aceptamos ceder más del 60% del ingreso promedio de un joven porteño en el alquiler de un dos ambientes (IDUF, 2024)? La política del siglo XXI pareciera no creer en grandes acuerdos: el modelo lo acaparan algoritmos, nichos, consumidores y pautas. El realismo amarillo (o violeta) se asume como el fin de cualquier tipo de “comunidad organizada”, la hauntología perdida de un futuro en armonía.
Bioy casares dice en El sueño del héroe que no se puede ser leal al presente y al pasado al mismo tiempo. De un tiempo a esta parte, la identidad y los valores simbólicos tomaron una preeminencia por sobre la realidad efectiva. En algún momento, nuestro espacio renunció a transformar la materia actual y se quedó atado a significantes que fueron quedando vacíos por nuestro propio cinismo: conservación urbana, democracia, memoria, derechos. Una fijación con un retorno eterno del pasado. El mantra de la París de Latinoamérica y el Estado de bienestar del siglo de oro.
Habrá que acelerar para encontrar el punto de consumación de la comunidad organizada: la dialéctica entre lo viejo y lo nuevo, entre las nuevas formas de concebir la relación entre capital y trabajo, y las viejas formas de administrar la política. Un diálogo entre la conservación nostálgica de una Ciudad fetiche arrabalera y una tábula rasa, tecnocrática y apática.
Uno de los puntos irresueltos: no son los hombres quienes deben correr la suerte que dicte el capital, sino el capital quien preste servicio al hombre. Si la vida de un adolescente porteño está monetizada y apostada7 al servicio de Meta, Onlyfans, X y Bet365, y no al revés, entonces la sumatoria de crisis, redes sociales y financiarización de la vida, da como resultado un cóctel de hostilidad y ansiedad que urge revertir. Y pareciera que encontramos únicamente la respuesta en prohibir, repudiar o conservar. Un padre que se queda sin ideas. La imaginación y la emancipación ausentes de un proyecto político que fue vanguardia tecnológica, modernización y desarrollo: Balseiro, Ley de Software y UTN.
Hace poco –buceando en algún posteo de Néstor Borri– llegamos a una conclusión: no se le puede pedir a las víctimas que den grandes respuestas políticas. No resulta efectivo ni convocante acercarse a la gente alegando ser el bien. El peronismo, o lo que sea el gran movimiento opositor a las políticas de exclusión y anti-desarrollo vigentes, se sigue presentando como acreedor ante una sociedad que demanda héroes y no víctimas. Creemos, desde este humilde lugar, que una de las claves para saltar por encima y ser leales a la época es asumir el presente sin comprar cinismo ni negar la realidad. Asumir en el desarrollo inmobiliario planificado un sistema de premios y castigos que tienda a la desmercantilización en el acceso a la vivienda y a la salud. Un Estado con autoridad y convicción de construir una ciudad humana. Que el fin de nuestro aporte sea figurar una brújula política que tenga el norte puesto en una Buenos Aires del siglo XXI: desplegando una política habitacional ambiciosa, proyectando la integración socio-urbana de los barrios populares; garantizando la seguridad ciudadana; y mejorando la calidad de vida de los trabajadores a partir de la extensión y modernización del transporte. En definitiva, un recorrido hacia la grandeza de la Ciudad y la felicidad de los porteños.
Referencias:
- Arquitecto piamontés (Italia), fue director del Departamento de Obras Públicas de la Municipalidad, desde donde planeó reformas y construcciones de diversos edificios públicos, iglesias, parques, bancos, etc; además de proyectar la Avenida de Mayo, cementerios, y barrios.
- Arquitecto italiano, destacado por diseñar el Teatro Colón y participar en la remodelación de la Casa Rosada, el Correo Argentino y otras obras clave en la riqueza cultural porteña. Combinaba elementos del neoclasicismo, el academicismo francés y el renacimiento italiano.
- Ramiro Segura (2003)
- Alejandro Galiano
- Recordemos que la “propiedad” es, en realidad, un contrato de arrendamiento a 99 años.
- Jorge Luis Borges, El Aleph (1949).
- Ver Informe Plataformas y juventudes: aportes para pensar el impacto de las apuestas online. Defensoría del Pueblo. CABA. 2024.
Bibliografía:
- Freud, S. (1915): Duelo y Melancolía.
- International Monetary Fund. (1991). Singapore: A case study in rapid development. Washington, DC: International Monetary Fund.
- Instituto de Desafíos Urbanos Futuros (2024). Informe N°1: Índice de Emancipación (IDE).
- Le Corbusier (1979): Un gran destino.
- Scalabrini Ortíz, R. (2017); A través de la Ciudad. 1a Ed. Eudeba, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
- ONU Hábitat (2020). Housing Practice Series, Singapore.