En este dossier nos convocaron a reflexionar sobre el “Desarrollo”. Agradecemos desde el corazón la convocatoria, porque el diálogo entre compatriotas es el puntapié inicial de cualquier solución al drama social que transitamos.
por Repliegue | 10 abril 2025
Tiempo de lectura: 10 minutos
“Uno prende la televisión y escucha a uno hablar del Desarrollo”
Las primeras reflexiones que el término “Desarrollo” nos traen a cuento, nacen de aquella tan conocida intro de un artista argentino, Don Cristian Gabriel Álvarez Congiú, cuando grita desesperadamente que todos le vienen a hablar de “la Lealtad”.
Parecería ser que en el debate público de los últimos 10 años, el término “Desarrollo” fue vendido por la política y los medios como el principal objetivo para la Argentina.
Las figuras de la Historia consideradas como padres del “desarrollismo” -Frondizi o Prebisch- han sido lavados de responsabilidades por genocidios del pasado y endiosados en el panteón de los bien intencionados. Allí, junto con las estatuas de tantos otros, descansa la leyenda memorable de quienes “Quisieron pero no pudieron”.
Nuestra concepción sobre el desarrollo, sin embargo, echa raíz en las más profundas tradiciones del pueblo argentino: el desarrollo sólo es posible si es nacional y social. Sólo vale la pena si se piensa desde el conjunto, empezando por los últimos, desde la periferia hacia el centro, de abajo hacia arriba.
Adentrarnos en el “desarrollo” implica una mirada integral, donde resultaría soberbio, insolente e ignorante pensar desde cero cómo encarar un proyecto para nuestra Patria, desconociendo los distintos trabajos de nuestros antepasados en otras décadas y siglos, para que nosotros no tengamos que empezar todo devuelta ni repetir errores.
La tentación que debemos evitar es la de arrogarnos, como el dios Shiva, la potestad de destruir el mundo luego de cada ciclo y volverlo a crear a nuestro mundano antojo. Frente a quienes quieren importar una nueva receta de desarrollo -para deshacer y hacer todo devuelta- conviene explorar primero sobre el pasado para volver a crear una imagen situada sobre el presente.
La memoria vence a la improvisación.
Si miramos hacia el futuro, la organización vence al tiempo; si miramos hacia el pasado, la memoria vence a la improvisación.
Es lógico que existan intereses que desde distintos ángulos busquen mancillar nuestro orgullo Patrio: el 40% de nuestra superficie se encuentra ocupada por la potencia británica. Algunos relatos exaltan las épocas de un país pastoril que sólo producía materias primas para las potencias de turno, otros limitan la memoria a sólo hablar del genocidio o el horror practicado por el aparato estatal.
La Historia Argentina es más que eso, es fruto de un pueblo que allá por 1806 echó al invasor inglés porque quería ser libre de toda dominación extranjera, es un testimonio vivo de heroísmo y esfuerzo colectivo, que hoy debemos retomar para realizar el destino que alguna vez nuestros próceres soñaron.
A comienzos del siglo 19, bajo el ideario de Francisco Suarez y la hazaña liderada por Liniers en la defensa de Buenos Aires, se iniciaba un proceso histórico en el que nuestro pueblo decidía ser artífice de su propio destino.
Durante las Guerras de la Independencia, el Libertador General San Martín, junto a generales patriotas como Güemes, Artigas, Brown y Bouchard, trabajaron para construir el sueño de los Estados Unidos de América del Sur.
La Confederación Argentina y la gesta de la Vuelta de Obligado dieron otra vez testimonio de la voluntad inquebrantable de nuestros paisanos por liberarse de toda dominación extranjera, tanto francesa como inglesa, que con sus mercaderías y el libre comercio pretendían destruir nuestras manufacturas autóctonas.
Frente a la Argentina oligarca del primer centenario, el movimiento obrero comenzaba la defensa de los derechos de los más humildes. Los chacareros y radicales nacionales luchaban por la recuperación de la tierra para quienes la trabajan, mientras que los militares nacionales daban testimonio de la vocación industrial que deben guardar las empresas públicas.
A mediados del siglo 20, La Doctrina Justicialista coronó tres principios de acción para alcanzar el sueño sanmartiniano: la independencia económica, la soberanía política y la justicia social.
La realidad efectiva del Libertador se hizo carne en una década de auténtico desarrollo: la felicidad del pueblo argentino y la producción de los bienes indispensables para su subsistencia, eran la piedra fundamental para avanzar sobre las industrias pesadas.
Sobre la década del 70, el Modelo Argentino comprendió que la fatal evolución humana hacia una integración continental y universal, nos convocaba a construir una nueva democracia social más allá de la partidocracia liberal, fortalecer la cultura nacional frente a la penetración de los poderes globales, preservar los recursos naturales para las futuras generaciones, apuntalar la ciencia y la técnica para la disputa comercial, y hermanarnos entre argentinos ante cualquier conflicto.
La idea de una gran nación de escala continental, con trabajo, industria, justicia, felicidad y dignidad, fue encarnada hace mucho tiempo, y sólo somos eslabones de una cadena que debemos retomar para que la labor sea más sencilla.
Cuando nuestra Doctrina se hizo Universal
En este siglo que transitamos, nuestro pueblo ofreció al mundo un Papa, Francisco, quien ofreció la mirada universal sobre el Desarrollo.
Frente a la destrucción de nuestra Casa común y nuestra hermana madre tierra, convocó a las naciones a revisar sus modelos de crecimiento: la carrera por acumular capital debe preservar el medio en el cual pretendemos desarrollarnos.
Nos invitó a comprender que no vivimos, sino convivimos, nos invitó a recordar el principio fundamental de todo el derecho social: el destino universal de los bienes, es decir, recibimos un mundo que debemos cuidar y embellecer para que sea disfrutado por las próximas generaciones.
Francisco nos convocó a los pueblos del mundo y a los movimientos populares a trabajar por la cultura del encuentro, reemplazar el descarte por la inclusión y el individualismo por el bien común. Por último, nos transmitió algunos principios que son las pautas fundamentales de toda acción política, incluída la del “Desarrollo”:
1) El tiempo es superior al espacio, porque de nada vale ocupar lugares de poder si no es en el marco de procesos de transformación social.
2) La unidad es superior al conflicto, porque si entre hermanos se pelean los devoran los de afuera.
3) La realidad prevalece sobre la idea, porque la felicidad y la dignidad de los más humildes es la tarea principal de toda acción política, aunque implique postergar proyectos grandilocuentes.
4) El todo es superior a las partes, porque el bien mayor es el que beneficia a todos, trabajando en lo cercano, pero con una mirada hacia el conjunto.
Unidad de concepción para la Unidad de acción.
Para emprender un camino hacia el desarrollo es necesaria la acción de la política.
Existen dos maneras de concebir un arte tan noble como la política: puede ser la acción humana en pos de organizarnos desde el seno de la Comunidad para la realización del bien común, o bien la lucha de una clase de profesionales que se dedican a la disputa por espacios de poder en el Estado.
Nosotros concebimos que la verdadera política nace del pueblo, se organiza espontáneamente desde el amor, la solidaridad y la colaboración para poder hacer frente a cualquier contingencia.
Quienes dirigen esa acción, algunas veces son Conductores, en el sentido más literal de la palabra: conducen la energía y la voluntad del conjunto hacia sus intereses. Otras veces son Caudillos y las personas los siguen en pos de un interés o afinidad particular.
En el primer caso, los intereses que se defienden son los del conjunto, en el segundo caso, los intereses que se defienden son los del caudillo, con el cual los individuos identifican los propios. En el primer caso, la política es vocación de servicio y construcción de proyectos colectivos, por lo que lo más importante es la conciencia social del pueblo; en el segundo caso, la política nace desde la visión de una élite ilustrada o de prohombres que transforman la Humanidad, por lo que lo más importante es la conformación de círculos para dirigir a la masa hacia su propia visión.
Juan Perón, quizá uno de los argentinos más sabios en cuanto al Arte de la Conducción Política, nos convocó a abandonar el caudillismo y transformarnos en conductores. Dejar atrás el vestigio de una masa amorfa guiada por instintos terrenales, y organizarse en un pueblo que se afianza sobre los principios de su tradición.
El principio más importante de la Conducción Política dice que la “Unidad de concepción” es un paso ineludible para alcanzar la “Unidad de acción”. Poco vale juntar, articular y amontonar, si el hedor que contamina nuestros corazones sigue siendo el egoísmo, el individualismo, el corto plazo y el “sálvese quien pueda” y la disputa por espacios de poder.
La verdadera conducción es aquella que construye la fuerza de su organización desde la calidad humana de quienes la realizan, donde lo más importante son los principios que guían la concepción profunda del conjunto.
La Doctrina Nacional ha coronado los principios del amor, la dignidad, la solidaridad y la justicia, que fueron encontrados en las tradiciones humanistas y cristianas de lo más profundo, hermoso y verdadero que existe, el pueblo argentino.
Predicar y realizar, las dos caras de la política.
Predicar la causa nacional es más que hablar de ella o formarse en sus teorías o formas de ejecución, es fundamentalmente realizarla, porque “el contagio más intenso es del ejemplo”. Ahora bien, en el camino de aquella prédica, entendemos que la unidad de concepción es la piedra inicial, porque “el árbol se conocerá por sus frutos”: si se piensa mal se actúa peor.
Tenemos dos formas de ver la acción política, o bien la del Diego gambeteando medio plantel inglés y realizando el Gol del siglo, o bien la de aquellos humildes compatriotas que recorren potreros para descubrir el genio de Dios impregnado en pequeños jugadores, a los cuales ayudan para que algún día realicen la Hazaña.
Dos visiones que son dos caras de una misma moneda, aunque cada tiempo histórico nos convoca a reforzar uno de los dos aspectos. Hoy día, más del 99% de la población se encuentra ausente de la organización política de su comunidad. Si bien muchas personas se comprometen con la vida de su club, de su sindicato, de su parroquia, la cultura política individualista nos ha convertido en meros activistas o instrumentos de la visión de una élite, más que en responsables y artífices del destino común de nuestras organizaciones.
Nos convocamos a recorrer los potreros y sumar a nuevos compatriotas a este arte tan noble de trabajar para que la Patria viva.
Repliegue en el debate sobre el desarrollo
Hace 5 años, comenzamos a trabajar sobre una unidad de concepción para los desafíos que la Argentina enfrenta para iniciar un camino de desarrollo, dignidad y justicia, empezando por los dos desafíos centrales de nuestra época: la soberanía nacional y los derechos sociales.
Soberanía nacional porque en un mundo contaminado por el globalismo, necesitamos recuperar poder de decisión sobre nuestro propio destino. Ningún futuro como nación será posible sin recuperar el trabajo y la industria para todos los argentinos. Los alimentos, la energía, el transporte y el crédito deben ser destinados a esa tarea.
Derechos sociales porque la felicidad y la dignidad del ser humano son el centro de toda acción política, nacen del bien común, porque cuando sufre un hermano el dolor trasciende al individuo, se degrada la comunidad y eso afecta la integridad de las personas que la componen.
Después de varios años de trabajo sobre estos dos ejes, vemos un nuevo orden internacional que consolidó distintas expresiones antiglobalistas o soberanas, sea desde la lógica de las potencias, que se resisten a perder su poder de fuego ante el conglomerado de corporaciones financieras y tecnológicas, o bien desde la lógica de los pueblos, que luchan por realizar su destino según sus propias tradiciones.
Hoy nos toca dialogar sobre qué queremos como argentinos en el camino de la soberanía nacional y los derechos sociales, piedras angulares para cualquier “desarrollo”.
Cuando escuchamos propuestas sobre exportar nuestro petróleo sin valor agregado pero que las divisas las maneje un fondo estatal, como hizo Noruega, nos preguntamos qué de qué sirve la soberanía si las decisiones se guían por la acumulación de divisas por encima del trabajo, siendo el único medio para generar riqueza y satisfacer las necesidades materiales y espirituales del ser humano.
Cuando escuchamos propuestas sobre alinearnos a alguna nueva potencia emergente -como proveedores de materias primas- para hacer frente a las históricas potencias occidentales, nos preguntamos de qué sirve la soberanía si nuestro rol será siempre alimentar chanchos extranjeros.
Cuando escuchamos propuestas sobre ser ciudadanos del mundo y hacer de nuestra geografía y cultura un gran museo para vivir del turismo, nos preguntamos de qué sirve una “argentinidad de vidriera”, que momifica nuestras costumbres, a cambio de integrarnos a la decadencia cosmopolita que sólo busca la propina del turista.
El mundo cambió, el grito antiglobalizador dio vida a tres grandes líderes en Occidente, Putin, Francisco y Trump, que con sus diferencias y particularidades hoy ofrecen caminos alternativos a los que se quisieron vender desde la década del 70 en relación a la integración universal.
Ahora nos toca a nosotros.
La tarea que tenemos por delante es ardua y el tiempo nos apremia, más que por los calendarios electorales, por la necesidad de ofrecer al mundo una expresión de nuestra doctrina nacional, bajo el manto de la unidad de los argentinos, el bien común, la justicia social y la hermandad con los pueblos del continente.
Argentina se enfrenta a un gran desafío para el 2048: mientras la mitad del Atlántico Sur y sus principales islas siguen ocupadas por la potencia británica, se volverá a discutir la Antártida y nuestras capacidades de defensa tienen mucho camino por recorrer para poder protegerla.
Mientras nos toca desde este humilde dossier reflexionar sobre el “desarrollo”, observamos que en los próximos años, 2025 y 2027, se acercan tiempos electorales en los que la desesperación por “sacar a…” o “unirse en contra de…” guiará el accionar de muchos caudillos. La agenda de desarrollo nacional quedará subsumida a las mejores imágenes positivas de las encuestas.
La Agenda 2031.
Tanto en Argentina como en el resto del mundo ha caído en desuso la tan renombrada Agenda 2030 de la ONU, producto del declive del modelo globalista y sus instituciones nacidas tras la posguerra de mediados del siglo pasado. Vale la pena recordar que el nombre oficial de aquella Agenda: 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible.
Hoy por hoy, los esquemas nacionales se han adueñado de la agenda internacional y emergen expresiones soberanistas en todas partes. Sin embargo, muchas veces caemos en consignas vacías o internas políticas que responden más a las peleas entre caudillos que a la discusión de una nueva agenda para el desarrollo de nuestra Patria.
Argentina, más temprano que tarde, tendrá su expresión soberanista, y el desafío es que ese nacionalismo sea con justicia social, con una mirada de la sociedad de abajo hacia arriba, priorizando ante todo la felicidad de nuestro pueblo mestizo.
Por eso, la tarea que tenemos por delante es construir la unidad de concepción sobre una Agenda 2031 para un desarrollo nacional y social sostenible, y proponemos 5 pilares fundamentales del diálogo argentino:
- Soberanía nacional. La recuperación de nuestras Malvinas, la defensa de la Antártida y del Atlántico Sur. Recuperar la visión geopolítica de una Nación en Armas, todas las fuerzas sociales unidas en el mismo objetivo y un Estado que desarrolla capacidades de defensa y recupera poder de decisión.
- Derechos sociales. El desarrollo debe empezar por la reconstrucción del ser humano, de las familias, sus trabajadores, los jubilados y los más pequeños. De nada valen las glorias en el extranjero si la herida de la miseria social sigue presente. El bien común guía el derecho social y exige a cada sector una misión para el conjunto, desde el amor y la solidaridad.
- Industrializar y trabajar. Gobernar es crear trabajo. Debemos generar las condiciones para producir lo que necesitamos y garantizar el pleno empleo. Contamos con energía y alimento abundante y económico, dos vectores de competitividad que nos catapultan como el polo industrial de hispanoamérica.
- Tradición y cultura nacional. El poliedro que conforma el nuevo orden internacional se nutre de la identidad de cada pueblo. Fortalecer nuestras raíces, apreciando las formas en que éstas se manifiestan en el presente, nos permitirá hacer sonar la nota más hermosa del concierto de las naciones.
- Democracia social. Los sistemas de representación partidaria excluyen de la participación política al pueblo y a las organizaciones de su comunidad. Son una forma elitista y materialista de ver la sociedad: las decisiones no se guían según la voluntad de quienes sufrirán las consecuencias, sino por una sumatoria aritmética de voluntades individuales, que deposita en ciertos individuos los espacios de poder. Una verdadera democracia debe construirse desde las fuerzas sociales que realizan la comunidad nacional: los trabajadores organizados, los empresarios, los clubes, las fuerzas armadas, la academia y las iglesias.
Ponemos a disposición esta Agenda 2031 para el desarrollo nacional, para que sirva como base del diálogo con cada actor social de nuestra Comunidad. Este diálogo, horizontal y fraterno, debe respetar los principios a los cuales hemos hecho alusión y, antes de bajar cualquier tipo de línea, debemos preguntar qué quieren quienes van a ser beneficiarios del Desarrollo.