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El futuro no esta escrito: tecnología, comunidad y el destino de Argentina

El desarrollo tecnológico impulsado por la imaginación humana y su potencial creador ha llevado a la humanidad a un punto de inflexión. El futuro que se imaginó como un horizonte de progreso y bienestar se ha convertido en un escenario de colapso y extinción

Tiempo de lectura: 8 minutos

Sabemos que el instinto de supervivencia es inherente al ser humano. Sin embargo, no comprendemos bien si la idea del destino y el futuro de la humanidad estuvo, de alguna manera, de forma natural en algún rincón de la mente humana desde el momento de su aparición, o creación, como especie. Tampoco sabemos si la creatividad de algunos artistas y visionarios imaginó con tanta certeza cómo sería el planeta en un futuro lejano que ha inspirado a quienes conducen la tecnología en la compulsiva tarea de lograrlo. Lo cierto es que si alguien se encuentra con obras futuristas, libros o películas de ciencia ficción daría la sensación que hacia allí nos encaminamos. La brecha entre la ficción y la realidad parece reducirse día a día y lo que antes parecía improbable hoy nos obliga a adaptarnos. Desde máquinas con apariencia humana que terminan dominando a su creador hasta la devastación del planeta como consecuencia de la acción de la sociedad, todo parece dirigirse a un escenario que alguna vez leímos en libros o vimos en el cine. Es como si estuviéramos atrapados en una profecía auto cumplida, en la que la semilla de la destrucción está dentro del mismo sujeto que, en teoría, es dueño de su destino.

El futuro, en la mayoría de las ficciones, se presenta como la consecuencia de una aceleración total y descontrolada del desarrollo tecnológico, generando dos grandes escenarios:

  • la tecnología domina al ser humano (o al menos su cotidianeidad), invirtiendo la relación original en la que la técnica era una herramienta del hombre;
  • un planeta arrasado por la explotación desmedida de bienes naturales y/o un escenario donde la violencia y la guerra generaron un estado caótico que empuja a la humanidad al borde de la extinción.

Vale aclarar, que estos dos escenarios no son excluyentes. De hecho, muchas narrativas distópicas combinan un mundo tecnológicamente hiperdesarrollado con una crisis civilizatoria, donde los recursos naturales se agotan y la vida se vuelve casi primaria. En algunos relatos, la única esperanza de supervivencia es la colonización de otros planetas1. En otros relatos el presente terrenal está devastado y, entre guerra, virus y escasez, el humano se debate la supervivencia2.

La pregunta es: ¿este futuro es inevitable?

Aceleración, Tecnología y Poder

Lo que el arte imagina ya puede ser concebido con potencial de existencia en nuestras mentes. La aceleración del desarrollo tecnológico, un concepto central en el aceleracionismo de Nick Land, ha llevado a que tecnologías como la inteligencia artificial, la robótica, la biotecnología y la ciberseguridad evolucionen a velocidades que antes parecían impensables. En muchas ficciones, este desarrollo se da en un marco donde el fin último no es la mejora de la calidad de vida, sino la acumulación de poder y riqueza. Si volvemos a los escenarios antes mencionados, la aceleración tecnológica genera tres posibles consecuencias:

  • dominio sobre el planeta, donde la sobreexplotación de recursos lleva a una crisis ambiental irreversible;
  • dominio sobre el humano, en el que el desarrollo tecnológico es utilizado para intensificar la desigualdad y la violencia. Los conflictos dejan a la especie humana al borde de su desaparición;
  • dominio de la técnica sobre su creador. Aquí la tecnología supera a la humanidad en inteligencia y capacidad de decisión, revirtiendo la relación de poder3.

En el plano social, estas transformaciones impulsan un modelo de “supervivencia del más fuerte”, donde el poder y la violencia se convierten en los mecanismos fundamentales para definir la estructura social. Se fragmentan las relaciones humanas y la vida se reduce a pequeños grupos que compiten por los recursos. En este contexto, el Estado pierde su capacidad de regulación y deja paso a corporaciones o pequeños feudos4. Pero lo más preocupante de estos escenarios es que la humanidad pierde su sentido de trascendencia. La lucha por la supervivencia desplaza cualquier intento de construir un futuro colectivo, y el presente se convierte en una eterna crisis.

Hablar del Futuro es Discutir el Presente

Si eliminamos todas las referencias a la ficción, las características descritas son similares a discusiones del presente. Los cambios tecnológicos están ocurriendo delante de nuestros ojos y nosotros, como sociedad, somos parte de ellos. La inteligencia artificial, la automatización y la robótica plantean preguntas urgentes: ¿qué rol tendrá el ser humano cuando estas tecnologías puedan reemplazarlo en sus tareas? ¿Las máquinas desarrollarán una lógica de poder similar a la de sus creadores?

El debate climático también está en el centro de la escena. A pesar de la abrumadora evidencia sobre el calentamiento global y el deterioro ambiental, los gobiernos y las corporaciones siguen sin tomar medidas decisivas. La idea de colonizar Marte, promovida por Elon Musk y otras figuras del tecno optimismo, parece más atractiva para algunos sectores que la tarea de salvar el planeta que ya habitamos. Este fatalismo climático, que plantea la Tierra como un recurso descartable, es una de las caras más oscuras del aceleracionismo neoliberal.

En el plano político, la lógica de la confrontación se impone. Los liderazgos basados en el antagonismo y la violencia crecen, alimentando sociedades que, en lugar de construir comunidad, buscan enemigos comunes. Esta espiral de tensión, que se refleja en la geopolítica, nos acerca a los escenarios de guerra permanente que alguna vez fueron solo distopías de la Guerra Fría. El problema es que estas tensiones generan dos reacciones contraproducentes:

  • tecnofobia y rechazo al cambio, como si la tecnología fuera una fuerza incontrolable e inevitablemente negativa entonces de la debe combatir;
  • pasividad ante la aceleración, creyendo que la sociedad no tiene poder sobre estos procesos y que debemos resignarnos a que la técnica determine nuestro destino.

Ambas posturas son peligrosas. La clave no está en frenar el desarrollo tecnológico sino en dirigirlo estratégicamente hacia un futuro inclusivo y sostenible.

Un Modelo para el Futuro: Desarrollo Tecnológico con Justicia Social

A nivel global, las tecnologías estratégicas se gestionan de dos maneras:

  1. Modelo estatalista: El Estado monopoliza el desarrollo tecnológico y decide su dirección según sus propios intereses (ejemplo: China).
  2. Modelo corporativo: Las grandes empresas tecnológicas definen el futuro sin regulación efectiva, subordinando a los Estados (ejemplo: Silicon Valley).

En ambos casos, la comunidad no participa en la construcción del porvenir. El destino de la humanidad queda en manos de una élite que decide el rumbo de la tecnología, ya sea desde el poder estatal o el privado.

¿Dónde está Argentina?

Aunque Argentina ha tenido momentos de liderazgo en sectores estratégicos (como la energía nuclear y la biotecnología), el debate sigue girando en torno a cómo estabilizar la economía en el corto plazo. Se plantean dos modelos:

  • un modelo extractivista y financiero, basado en la exportación de materias primas, la especulación y la desigualdad estructural;
  • un modelo de reindustrialización y desarrollo tecnológico, que impulse el empleo calificado, la generación de riqueza y la inversión en conocimiento.

Nosotros apoyamos la segunda opción, pero también es necesario discutir un modelo de desarrollo tecnológico que no caiga en los errores del estatalismo o el corporativismo.

Conclusión

El desarrollo tecnológico impulsado por la imaginación humana y su potencial creador ha llevado a la humanidad a un punto de inflexión. El futuro que se imaginó como un horizonte de progreso y bienestar se ha convertido en un escenario de colapso y extinción. El desarrollo tecnológico ha perdido el orden y su devenir confronta con la idea misma de existencia de las especies y del planeta. Es evidente que el modelo de desarrollo tecnológico estatalista y corporativista ha demostrado ser insostenible y ha generado desigualdades, injusticias y destrucción del medio ambiente. En muchas de sus vertientes, incluso, se toma al ser humano como algo que debe ser trascendido y que nuevas formas de existencia son tan o más viables y deseables.

Sin embargo, creemos que aún hay una oportunidad para orientar y conducir el devenir actual tecnológico hacia un futuro más sostenible y equitativo. Para ello, es necesario recuperar la idea central del humanismo, que prioriza la dignidad y el bienestar de la persona humana pero que promueve el desafío y la aventura de crear e imaginar nuevas formas de existir y de vivir.

Proponemos una nueva forma de organización que combine la eficiencia y la innovación del sector privado con la orientación y coordinación que permite el Estado. Que nos permita imaginar el enfoque en la riqueza, la rentabilidad y la innovación que nos brinda el sector privado pero que también garantice la participación y el compromiso de los pueblos en los mecanismos y procesos de decisión y distribución.

Para esto es imperioso un Plan que convierta a Argentina en el País Austral Más Desarrollado Tecnológica e Industrialmente del mundo y que permita a la humanidad recuperar el control de su propio destino. Argentina tiene  una  oportunidad  única.  No  es un país marginal en el desarrollo

tecnológico, pero tampoco ha consolidado un modelo sostenible de crecimiento en este campo. La decisión es clara: O nos sumamos como actores principales en la configuración del futuro o quedamos atrapados en un mundo donde las decisiones sobre nuestra vida y nuestra sociedad son tomadas por datos.

Es lo que Argentina, como misión, tiene para darle al mundo.

1 Véase ‘Interstellar’ (2014) o ‘The Expanse’ (2011-2021)

2 Véase ‘Soy Leyenda’ (2007) o ‘28 Días Después’ (2002)

3 Véase ‘2001: Odisea del Espacio’ (1986) o ‘Blade Runner’ (1982)

4 Véase ‘Mad Max’ (1979) o ‘Children of Men’ (2006)