Aporte militante a 80 años del 17 de octubre de 1945.
por Federico Mochi y Lucía Hamilton | 08 junio 2025
Tiempo de lectura: 8 minutos
Quienes elegimos la militancia como manera de vida actuamos bajo postulados a veces difíciles de explicar. En el peronismo, este código tiene ya más de medio siglo de perfeccionamiento, y su perduración es prueba de su eficacia. También lo es que, ante resultados electorales adversos, muchos acudamos a Conducción Política y Comunidad Organizada buscando en la doctrina una verdad aplicable al mundo de hoy. Sin embargo, hoy los propios militantes registramos una fractura profunda que trasciende la falta de debates programáticos y una cadena de mando quebrada: está en jaque la idea de comunidad sobre la que históricamente el justicialismo se pensó a sí mismo. Una comunidad organizada con el trabajo, la escuela y la familia como pilares. Hoy una radiografía de la sociedad mostraría que los núcleos que estructuran los lazos sociales están en otro lado y, para mucha gente, totalmente rotos.
Esto se manifiesta en elecciones legislativas con datos de participación que marcan pisos históricos: entre las 6 elecciones locales que se llevaron adelante este año apenas se alcanzó un promedio del 57% de asistencia. Los mapas electorales revelan que la respuesta a la fragmentación no está en la suma algebraica de dirigentes que distan de ser dueños de sus votos. Se trata de una desconexión que refleja una formidable crisis de representación en la que la política se ha alejado dramáticamente de la gente.
No hay salida de este laberinto sin antes reconocer las desviaciones que pueden profundizar la crisis.
Hoy el éxito o la efectividad de un mensaje quiere medirse en views, likes y seguidores. Es un terreno en el que parecer vale más que ser, gritar fuerte se confunde con tener razón y hablar ante una cámara, la única forma de vencer la intrascendencia. Se cae en la ilusión de que “meter un tuitazo” o hacer un buen stream alcanza para conducir.
Paralelamente, persiste una “militancia del acomodo” donde los espacios se asignan, no por representatividad, sino por la amistad de quien circunstancialmente “tiene la lapicera”. Que la mayoría de las personas se sienten muy lejos de nuestra dirigencia, encerrada en círculos VIP, lo sabemos; pero hay que admitir que eso también pasa en parte con la militancia. Nos enroscamos y vamos quedando cada vez más lejos de las fuerzas vivas del pueblo y sus contradicciones. Milei es la empírica de que sostener el aparato no es lo mismo que representar.
También hay una radicalización estéril de quienes gritan en redes, reparten culpas y se encierran, prefiriendo la indignación a la construcción; y un purismo testimonial que, aunque noble en su recuperación de espiritualidad peronista y su defensa del trabajo nacional y la industria, se convierte en una misa sin cristianos al carecer de una estrategia de poder.
La reconstrucción exige recuperar nuestra identidad como movimiento nacional, popular, plebeyo y heterodoxo. Esto implica defender los intereses argentinos contra proyectos globalistas como los de Milei, quien aplaude a los ingleses y le encantaría regalar las Malvinas, reivindicando la reformulación de la sexta verdad hecha por Perón al volver del exilio: “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”.
También requiere que se le dé más lugares de decisión a los militantes que representan algo, sean clubes de barrio, sindicatos o parroquias; a los pibes que entienden las nuevas discusiones generacionales y a los compañeros de barrios populares que la viven todos los días. Los espacios deben ganarse por el laburo, la dedicación militante y la capacidad efectiva de representar a las personas, no por amistades.
Debemos reencontrarnos con el pueblo: escuchar -no explicar- qué carajo le pasa a la gente. Ser parte, estar ahí, oler a oveja. En el metro cuadrado hay instituciones que vale la pena retomar para reencontrar ese nosotros. La familia es aún un ámbito primordial de cuidado y desde donde se dibujan las expectativas de futuro de la mayoría de los pibes, pero se percibe cada vez más rota. Lo mismo sucede con la escuela.
El peronismo supo hacer política desde lo que pasa en cada casa porque tiene una doctrina que enseña que su fundamento está ahí, en lo que vive cada familia. Hoy más que nunca hay que escuchar y preguntar en qué puede la política ayudar ante una realidad cada vez más cuesta arriba.
Si la única verdad es la realidad, la hoja de ruta para resolver la crisis de representación puede ser trazada desde lo que el pueblo ve y siente día a día.
En este camino, debemos articular tradición e innovación. Hoy las redes son una dimensión más de la vida humana y también construyen comunidad. Para muchos pibes un canal de youtube genera más sentido de pertenencia que una ideología o hasta, que ser de un cuadro de fútbol. No hay, ni puede haber, una contradicción entre comunicación digital y militancia territorial. El fenómeno del stream expone al elefante en la habitación de la militancia política: abre todas las discusiones e interlocuciones que la lógica partidaria ahogó durante tanto tiempo.
No hay contradicción entre quienes hablan con línea política en un canal de stream y quienes militan: hoy quien comunica puede ser parte de un proyecto político. Siempre y cuando haya programa organización territorial y programa político detrás. El general Perón en el 45 encontró en la radio el instrumento para hablarle al pueblo sin pedir permiso y sin intermediarios; fue su manera de convocar a la gran masa de trabajadores que terminaron haciendo el 17 de octubre.
Jamás ocupar espacios puede ser mala palabra dentro del peronismo. Un movimiento político necesita roles y jugadores que aporten desde distintas trayectorias a una misma causa. Quien pueda canalizar con humor o ironía el tono que “marca agenda” en Twitter no tiene por qué ser el mismo que se siente a dialogar la salida institucional de un conflicto. Cristina no es un cuadro de conducción porque se le viralice o no un twit. El terreno de la posverdad encierra la trampa de volverse rehén de las herramientas y, de hecho, al gobierno de Milei le pasa mucho: la calle no responde a sus algoritmos, la ven menos y la pifian más.
El peronismo no es una profecía ineludible ni una marca que garantiza nada. Es un marco de ideas, una casa común de lealtades y sentires que necesita de la acción humana para su concreción en un proyecto colectivo. Volver a la comunidad organizada es comprometerse con reorganizar la estructura política de nuestro movimiento desde abajo y con ideas en el centro. Dejar de ser una estructura que administra lo que hay para volver a ser una fuerza que descubre lo que falta y se anticipa, representando a quienes hoy no se sienten parte y saliendo de la trinchera cómoda de hablarle siempre a los mismos.
La frase que encabeza esta nota es parte de un reportaje televisivo a Perón en 1973. Perón expresa los riesgos de que la juventud “se contamine” si no construye por fuera del Partido. Hoy la Juventud Peronista tiene que hacer política desde una lógica generacional. Para eso necesita ser audaz y, quizás, un poco inorgánica. No se trata de romper porque sí, sino para desarmar lo que ya no funciona y construir algo distinto.
Este año celebramos ochenta años de ese octubre que fue testigo de una Plaza de Mayo repleta de pueblo como nunca antes. Pero si no tenemos una estrategia clara, la memoria puede volvernos presos de nuestra propia historia. No hay que tener miedo a lo nuevo ni vergüenza de lo viejo, sino entender que en las raíces se avizora la punta del tallo. Tenemos que pensar quiénes van a llenar la plaza en el hito político que encarne un nuevo 17 de octubre, el nuestro.