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Apuntes para la renovación

Invitados por los compañeros de Vino por el Desarrollo a exponer nuestra visión sobre el modelo de desarrollo y el proyecto nacional que debe darse Argentina, planteamos estas reflexiones con intuiciones y lecturas que venimos repensando. No constituyen una visión cerrada ni una bajada de línea, sino un repaso por los debates y discusiones que venimos teniendo en nuestro grupo militante, las cuales esperamos que sirvan para aportar a la salida de este laberinto.

tiempo de lectura: 15 minutos

Para ser ordenados, dividimos las reflexiones en tres tópicos: geopolítico, económico, político/espiritual. Los tópicos están interrelacionados, haciendo en todos un diagnóstico y esbozando algunas intuiciones sobre qué tiene que hacer Argentina y el movimiento peronista ante estos escenarios.

En el orden geopolítico

Como diría Perón, “la verdadera política, es la política internacional”, por eso decidimos arrancar por esta arista. Los fenómenos que estamos viviendo en los últimos años, que tienen como última manifestación la nueva presidencia de Trump y las amenazas de aranceles estratosféricos, son un síntoma más de la transición geopolítica que vivimos: El mundo se está desglobalizando. El orden unipolar liberal liderado por Estados Unidos está crujiendo, tanto por la incapacidad para mejorar el nivel de vida de las grandes mayorías -esto particularmente en los países centrales-, como por la imposibilidad de imponer una narrativa realista y no hipócrita que inspire y una a Occidente. 

Vimos en los últimos años los estertores de la narrativa globalista anti-fronteras y anti-nacionalista, que nos hablaba de un triunfo de la democracia liberal definitivo. Esta narrativa está siendo rechazada sistemáticamente tanto por las periferias (esto no es nuevo) como por los pueblos de los países desarrollados (y acá está la novedad). No estamos diciendo nada que no se sepa: la democracia liberal está cada vez más cuestionada. Desde la crisis del petróleo de la década del ´70, la desigualdad en las naciones demoliberales está en aumento, con niveles de concentración de la riqueza nunca antes vistos, una estratificación educativa cada vez mayor y una sobreproducción de elites que tensiona el sistema. El “occidente cristiano” está ingresando en una fase de desintegración alarmante, cuyo mayor síntoma es el nihilismo y la pérdida de valores que mantengan unida a la sociedad. Las redes sociales aceleran vertiginosamente el proceso, fomentando el tribalismo y una epidemia de moralidad. La desintegración es la amenaza que carcome a países como Estados Unidos por dentro. El eje de las discusiones políticas en las democracias occidentales pasó a ser el debate entre progresismo y antiprogresismo, alejando el foco de los verdaderos problemas estructurales de los que todo esto es tan sólo un picadito, vaciando aún más la democracia.

Fuera de los países centrales, crece la amenaza de China en el campo económico, que alimenta los temores y las fantasías de las elites occidentales. Si a eso le sumamos el fracaso de la OTAN frente a Rusia en Ucrania, es entendible que las elites estadounidenses se vean cada vez más tentadas por los pensadores neorreaccionarios y la ideología antidemocrática. “Si China logró ponerse a la par de occidente en lo económico sin democracia, ¿no será este el lastre que nos limita?”, parecen preguntarse los capitalistas tech de los cuales Peter Thiel y Elon Musk son tan sólo la vanguardia.

En este punto es cuando surge la noción de tecnofeudalismo, la idea de que estamos entrando en una fase del capitalismo con reminiscencias medievales, donde todos (las empresas no-tech y los trabajadores) nos convertimos en siervos de los señores tecno-feudales, que controlan la infraestructura de las comunicaciones, absorbiendo cada vez más aspectos de la vida humana y de la actividad económica

Este poder creciente de las empresas de plataformas sobre la economía en el campo occidental está llevando a las elites de Silicon Valley por el camino de una ideología aceleracionista y transhumanista. Ejemplos sobran: Desde la idea de Elon Musk de salvar al planeta trasladando la humanidad a Marte, hasta los proyectos para extender la longevidad y eventualmente vencer a la muerte. En esa línea, estos magnates están cada vez más convencidos de que la mayor traba para su proyecto transhumanista es la democracia liberal que los crió. Por eso ungen como gurúes a pensadores como Curtis Yarvin y Nick Land, los cuales le dan marco teórico a este proyecto neorreaccionario. La democracia es una ficción muerta, llevando a la búsqueda de reemplazarla por un algoritmo o una tecnocracia que use las tecnologías para llevar a la humanidad al siguiente estadío.Sin embargo, todas estas ambiciones neoimperiales chocan de frente contra distintos problemas: los trastornos psicológicos y la tribalización de las sociedades que producen las redes sociales, así como la desglobalización acelerada y la fragmentación del mundo en alianzas geopolíticas que vuelven a poner de relieve el rol de los Estados-nación y de las industrias básicas. También vale mencionar el hecho de que el ecosistema de plataformas de China es autónomo al del campo occidental, poniendo una barrera infranqueable a sus ambiciones. A pesar de que las elites estadounidenses quieren imitar el éxito chino, el nihilismo que anida en occidente y las limitaciones económicas del campo occidental convierten al fantasma de un autoritarismo del capitalismo tech en un gigante con pies de barro. Teléfono para los ex-intelectuales kirchneristas devenidos aceleracionistas libertarios. No canten victoria.

En el orden económico

En este punto del análisis, vamos ingresando al plano más netamente económico y nos acercamos a Argentina. En todo el mundo, el capitalismo financiero que se impuso a partir de las reformas neoliberales de las décadas de 1980 y 1990 redundó en tasas de crecimiento menores -a excepción de Asia oriental- y en un brusco aumento de la desigualdad. Ese orden económico internacional entró en crisis en 2008 y ahora estamos viviendo su resquebrajamiento. 

La guerra comercial entre Estados Unidos y China, la vuelta del proteccionismo y de las políticas industriales en los países centrales, parecen señalar una reterritorialización -lenta, parcial, limitada- del capital, que convive con los avatares de una financiarización acelerada como nunca por la revolución tecnológica. En este marco, vivimos un renacer de la geopolítica, vuelve a primar la idea de la seguridad por sobre la eficiencia, y así aparecen el nearshoring y el friendshoring. El mundo parece dividirse en bloques progresivamente, en una vuelta de los nacionalismos y de una suerte de mercantilismo. Vuelven a ser estratégicas las industrias básicas y la producción de alimentos y energía, ya que nada garantiza como en el pasado la provisión de las mismas ante la amenaza de la guerra.

Esto abre una oportunidad para nuestro país. Si los alimentos y la energía vuelven a ser estratégicos, tenemos una oportunidad única para ampliar los márgenes de soberanía y volver a la senda del crecimiento económico. 

Durante la última década, Argentina atraviesa una de las crisis de balanza de pagos más graves de su historia, agudizada por el peso de la deuda externa y el fracaso de cualquier modelo de inserción al capitalismo financiero durante el período 1980-2015. Nunca supimos adaptarnos a la financiarización. En la década del 2000, mientras los países vecinos lograban congeniar políticas de crecimiento impulsadas desde el Estado con una estabilidad y una relación más virtuosa con el plano financiero, Argentina creció luego del default del 2001 reduciendo su volumen de endeudamiento y cortando su vínculo con el mundo financiero global. El modelo funcionó hasta que empezó a chocarse con la falta de divisas por el déficit energético. En el afán por crecer, faltó planificación y política industrial, sobre todo para lidiar con el creciente déficit comercial. Esta falta de divisas llevó a imponer el famoso cepo cambiario, que dio un respiro inicial pero terminó agudizando las distorsiones al impedir el ingreso de nuevos capitales. El kirchnerismo fue muy refractario al mundo financiero, en una creencia de que el Estado siempre puede gobernar al mercado, ignorando la historia. Tampoco se promovieron con el énfasis necesario sectores exportadores que permitan seguir alimentando el crecimiento, incluso tensionando la relación con el único sector que proveía divisas, el agro. La recuperación de YPF y el acuerdo de Chevron fueron soluciones parciales a esto, que llegaron tarde. Por la lentitud en su maduración, recién hoy estamos viviendo sus frutos, impulsado por la acción estatal con obras de infraestructura clave como el Gasoducto Néstor Kirchner.

Cuando asume Macri, impone un giro total en la orientación económica, en una muestra de que el péndulo argentino está más vivo que nunca. Se liberó el cepo y se volvió a abrir la cuenta capital, cayendo en un festival de deuda en dólares con privados que se volvió rápidamente impagable y nos llevó a tomar un préstamo exorbitante con el Fondo Monetario Internacional. La crisis de la balanza de pagos subsecuente redundó en múltiples corridas cambiarias que duplicaron el piso de inflación heredado del kirchnerismo y obligaron a Macri a reimponer el cepo. La caída del salario real y de la actividad económica llevaron a una vuelta al gobierno del peronismo, que no supo resolver prácticamente ninguno de los problemas heredados. Entre la disfuncionalidad de la coalición y un mal diagnóstico de la situación económica argentina, el gobierno de Alberto Fernández terminó agudizando el problema inflacionario con una política monetaria y cambiaria inadecuada que no acumuló reservas y fomentó la dolarización de carteras.

El gobierno de Milei asumió con el mandato de bajar la inflación a cualquier costo. Implementó en diciembre de 2023 un brusco ajuste del tipo de cambio que elevó aún más la inflación y provocó una gran caída de salarios y de la actividad. Esto permitió frenar temporalmente la sangría de divisas y avanzar en la frágil estabilización que vivimos al día de la fecha. 

Esta baja de la inflación está basada fundamentalmente en una apreciación cambiaria, tasa de interés positiva contra la devaluación y un blanqueo de condiciones excesivamente blandas. El veranito financiero que vivimos en los últimos meses está vinculado a esto, pero es muy endeble. El talón de Aquiles es, como siempre, la falta de divisas. La economía argentina no va a generar en el corto plazo las divisas que permitan afrontar los vencimientos de deuda y mantener el crecimiento económico que se proyecta. Por eso la desesperación por un préstamo del FMI, por eso el temor a una devaluación que cortaría la desinflación.

Este raconto de los últimos 20 años de la política económica argentina nos da pie a plantear nuestro diagnóstico sobre la decadencia nacional y pensar también una posible salida. Sabemos que en el mundo actual la producción de alimentos y de energía está volviendo a ser relevante como en mucho tiempo no lo fue, pero esto no nos debe llevar a descansar en la clásica zoncera argentina de que es suficiente solo con aprovechar nuestros suelos abundantes. Por el contrario, estos tiempos requieren más decisión política que nunca para aprovechar esta ventana de oportunidad e impulsar el desarrollo y la soberanía de nuestro país, no volviendo a despilfarrarla convirtiéndonos en una economía de enclave y en una sociedad aún más estratificada que la actual.

No hay ninguna contradicción entre desarrollar sectores exportadores y una industria nacional fuerte. Necesitamos exportar más para poder producir más en nuestro país y reducir nuestra dependencia. Sólo así será posible pagar genuinamente la deuda en dólares que nos oprime. Sólo así podremos financiar nuestro crecimiento sin caer en las cíclicas devaluaciones con recesión por falta de dólares.

Los sectores exportadores señalados -agro, energía y minería- no son, como el prejuicio señala, simples industrias extractivas. En todos los casos requieren distintos grados de industrialización y la intervención de tecnologías de alto valor agregado. Por poner un ejemplo, si queremos lograr que el agro exporte más, el sector va a necesitar una promoción firme de la tecnologización y el desarrollo de soluciones biotecnológicas. El trigo HB4 genéticamente modificado es un ejemplo muy claro de esta necesaria imbricación entre ciencia y producción. Yendo al litio, hay una oportunidad de desarrollar la cadena de valor, sumándole grados de industrialización a este metal. También se pueden sustituir las importaciones de insumos demandados por esos sectores para su desarrollo, como la soda ash en el caso del litio, y fertilizantes nitrogenados y fosfatados en el caso del agro.

En materia energética, es clave el proyecto de desarrollo de una planta de licuefacción de gas, la cual nos permitiría exportar el gas que se extrae de Vaca Muerta. Las oportunidades que abre contar con YPF tienen que ser aprovechadas. También es importante señalar que no debemos tenerle fobia al capital extranjero y a las asociaciones con el mismo, dado que es central el ingreso de divisas que trae la Inversión Extranjera Directa (IED) para financiar más proyectos exportadores.

En torno a todos los proyectos exportadores se debe seguir fomentando el desarrollo de cadenas de proveedores, con regímenes de promoción claros que favorezcan el compre argentino. Estas industrias de producción de bienes de capital necesarios para la producción de materias primas generan empleo de calidad en regiones del país históricamente relegadas por el modelo agroexportador.

En materia de economía del conocimiento, el boom de este sector en los últimos años nos obliga a replantear la imbricación entre el esquema científico-tecnológico público y la industria, abriéndose una buena oportunidad de orientar la demanda del Estado para incentivar el desarrollo exportador de este sector, desde el desarrollo de segmentos de alta tecnología para las Fuerzas Armadas, hasta la exportación de reactores modulares nucleares y de infraestructura digital. Somos un país que cuenta con un sector de mano de obra altamente calificada que debe ser aprovechado.

Yendo a las industrias metalmecánica y automotriz, se puede avanzar en la sustitución de importaciones y en un aumento de las exportaciones con incentivos adecuados. El régimen de Tierra del Fuego debe ser actualizado para el siglo XXI, profundizando su sesgo exportador y premiando el ahorro y la generación de divisas.

Y un tópico transversal que amerita una discusión aparte es el rediseño de la matriz logística en nuestro país. La irracionalidad de nuestro sistema portuario, así como la falta de inversión ferroviaria, nos vuelven uno de los países con mayor costo logístico del mundo. Es absurdo pretender promover exportaciones y volvernos competitivos con el sobrecosto que implica el transporte de mercancías a lo largo de nuestro país. Es menester rescatar la tradición de especialistas argentinos en geopolítica e infraestructura como Nicolás Boscovich y el Gral. Guglialmelli. Muchos de sus proyectos son viables y necesarios al día de hoy. Nos debemos como país un plan de infraestructura.

¿Es imposible soñar con una Argentina que vuelva a crecer y a desarrollar más sectores productivos? La respuesta es que no, no es imposible. Por fin el mundo vuelve a valorar la importancia de la política industrial. Más que nunca tenemos que calibrar las políticas para proveer de las divisas necesarias para desarrollar actividades que agreguen valor, sin negar la actual composición de la estructura productiva argentina, pero buscando reducir sus desequilibrios para poder tener un crecimiento armónico. Sólo exportando más vamos a poder retomar la senda del crecimiento. Este debe ser un consenso total en el movimiento peronista. Exportar más no significa quitarle a los argentinos, no hay tal contradicción entre exportar y el mercado interno, las dos son patas necesarias para el desarrollo. Si avanzamos en promover desde el Estado sectores manufactureros no competitivos internacionalmente, vamos a chocar nuevamente con la falta de dólares, por eso no hay que negar la importancia de los sectores exportadores que están creciendo. No hay que tenerle fobia a la IED instrumentalizada en proyectos exportadores, siendo necesario soltar prejuicios anti-desarrollo que afirman que, por ejemplo, la minería no nos deja nada. Con exportar más no alcanza, pero si no exportamos no vamos a ningún lado.

Con este arrebato pro-desarrollo no queremos omitir la gravedad del problema inflacionario. Si hacemos tanto hincapié en esto es porque sólo resolviendo el problema de balanza de pagos en el largo plazo es posible resolver el problema de la inflación en Argentina, que es eminentemente cambiario. En el corto plazo, una estabilización verdadera es posible, y si el peronismo vuelve a gobernar el país la deberá emprender seriamente, aprendiendo de los errores propios y de los errores en los que incurre Milei. 

Los niveles de inflación en el período 2021-2024 atentan contra cualquier estrategia de desarrollo. La única manera de enfrentar este problema es reconstruyendo el valor de la moneda. ¿Cómo? Con tasa de interés real positiva, que garantice que el que apueste al peso gane. Con una política monetaria y cambiaria más prudente, que evite las devaluaciones en shock y acumule reservas. Necesariamente para estabilizar vamos a tener que incurrir en una apreciación cambiaria, pero la misma tiene que estar respaldada en reservas, y no puede darse en simultáneo con una apertura importadora bestial, como la que vivimos hoy. Sólo exportando más y sustituyendo importaciones vamos a poder sostener una desinflación en el mediano plazo. Hoy el modelo parece descargar el peso de la desinflación en una pérdida de la participación de los trabajadores en el ingreso y en una apreciación cambiaria insostenible. Hay otro camino y lo tenemos que pensar y discutir ya. 

En el orden político/espiritual

En este apartado vamos a apuntar brevemente nuestras intuiciones y debates sobre la situación política de nuestro país, planteando lo imperativa que resulta una refundación espiritual. Con respecto a la situación política del peronismo remitimos al texto que publicamos hace unos meses sobre este tema, donde sostenemos la necesidad de una nueva conducción unificada que tenga la audacia de llevarnos al futuro.

La geografía nos impuso históricamente la pertenencia al mundo occidental, siendo este nuestro teatro de operaciones. En esa línea, la crisis que está atravesando occidente, la caída de la religiosidad y el crecimiento del nihilismo están afectando a nuestro país, profundamente influido por este clima de época. Nuestro país no está exento del descreimiento de la democracia y de las instituciones liberales. Esto se ve agravado en Argentina por el estancamiento económico y la inflación.

Evidentemente el consenso post-1983 está agotado, Milei es la prueba más cabal de ello. La nula reacción de la clase dirigente está permitiendo que avance con un programa de reformas que no va a resolver ninguno de los problemas argentinos. Cuando se agote este modelo, vamos a tener que emprender la reconstrucción nacional, por lo cual resulta necesario recuperar el sentido de trascendencia.

Los sucesivos fracasos, las crisis económicas, el empobrecimiento masivo y la incapacidad del Estado para afrontar estas múltiples crisis fueron imprimiendo en nuestro país una narrativa derrotista, nostálgica, que pretende volver a algún pasado de grandeza perdido. 

En lugar de entender la oportunidad que se nos abre, los palazos de los últimos 40 años nos tienen sometidos a un pesimismo total. La forma actual de este “estar cogidos” es el mileísmo y su obsesión por convertirnos en el nuevo parque de diversiones de Elon Musk y de la batalla cultural anti-progre. La forma anterior de este “estar cogidos” fue la epidemia de victimización y moralismo que trajo la discusión progre a nuestro país. Ambas poses son dos caras de la misma moneda, y nos mantienen sometidos culturalmente a la agenda foránea de Estados Unidos y las demás elites occidentales.

Y sin embargo, detrás de todo ese ruido blanco, se mueve, aún sigue latiendo, la excepcionalidad argentina. Está a la espera de un nuevo proyecto de trascendencia, de un recuperado sentido de comunidad. Como integrantes de la generación nacida entre el 2000 y el 2005, podemos dar fe que se está dando una nueva oleada de patriotismo y de reivindicación del interés nacional que es transversal al arco político.Más que nunca vamos a tener que plantear la necesidad de un modelo argentino, que complete y supere las limitaciones del demoliberalismo. Podemos volver a unir a nuestra sociedad, más fragmentada y estratificada que nunca, con un nuevo sentido de comunidad y de trascendencia: Una argentinidad del siglo XXI. Como país que vivió en carne propia las atrocidades del terror y de la violencia, como país acostumbrado a la crisis y la incertidumbre, estamos sobre-adaptados para afrontar este mundo frenético y enfermo de ansiedad. Es momento de dar el siguiente paso y empezar a construir las barreras para protegernos del ruido mundial. Para esto, resulta clave el concepto de soberanía cognitiva, teniendo la posibilidad de salvar nuestra cultura limitando y regulando las redes sociales, sin negarlas. Estamos a tiempo de limitar los estragos que hacen las redes en nuestra psiquis. Hay una posibilidad de apropiarnos de la tecnología sin olvidar nuestra esencia.

Argentina puede ser el último bastión del humanismo occidental, una Nación abierta a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino, pero con un proyecto soberano de desarrollo que nos permita protegernos de las tormentas del mundo y aprovechar el caos para exportar argentinidad. Nosotros estamos sobre-adaptados al caos, y afuera tienen mucho que aprender de esta habilidad argentina para sobrevivir a los mayores cataclismos. En un mundo donde la inestabilidad va a ser moneda corriente, tenemos mucho para dar.

Milei es la prueba de que la cantinela de la correlación de fuerzas fue una excusa para disfrazar la debilidad interna del peronismo. Podemos avanzar decididamente en una refundación de nuestro país, pero para ello tenemos que recuperar márgenes de soberanía en un tira y afloje decidido con sectores de poder interno y externos. Ya sabemos que nuestro teatro de operaciones es occidente, pero ello no implica una sumisión automática y estúpida. Nadie respeta a los arrastrados. Nadie premia la obsecuencia.

Poco importa lo refractaria que es la elite empresarial y política de este país a emprender una senda de soberanía, desarrollo e independencia: El subsuelo de esta patria lo anhela más que nunca. Y nosotros somos la generación política que va a luchar con uñas y dientes para jubilar a los fracasados y llevarnos a la senda de grandeza que nunca debimos abandonar. Por nuestro pueblo, por nuestra patria, porque sabemos lo que podemos dar y estamos dispuestos a hacerlo. Renovación o muerte.

[1] Usamos la noción de “Occidente” para referirnos al espectro de naciones centrales y periféricas que comparten su cultura de base cristiana y en la actualidad comparten una organización política democrática-liberal en diversos grados: Europa occidental, el área de Europa oriental afiliada a la OTAN, la Anglosfera (Estados Unidos, Australia, Canadá, Nueva Zelanda) y Latinoamérica.

[2] Sobre este tema recomendamos enfáticamente la obra de Peter Turchin en general, y particularmente “Final de partida” (Turchi, 2023) y de “La decadencia de Occidente”(Todd,  2024).

[3] Sobre esto, recomendamos “Los peligros de la moralidad” (Pablo Malo, 2023) y “La transformación de la mente moderna” (Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, 2019).

[4] Respecto al concepto de «tecnofeudalismo”, Alejandro Galliano señala que el capitalismo siempre fue anti-mercado y que, por lo tanto, lo que estamos observando no es más que una nueva fase del capitalismo. Compartimos esta crítica y sostenemos que es problemático su uso, pero preferimos sostenerlo dado que señala la especificidad de esta etapa capitalista y permite describir ciertas transformaciones sistémicas centrales.

[5] Véase “La generación ansiosa” (Jonathan Haidt, 2024).

[6]  Es una referencia ineludible la obra de Peter Zeihan, con todas las críticas que le pueden pesar.

[7] Al respecto, recomendamos visualizar este fragmento de Trump sobre la imposición de aranceles a todos los países con los cuales USA sostiene déficit comercial. Link: https://www.youtube.com/watch?v=1JyuDz5yVhc (Consultado en línea el 18/03/2025).

[8] Sobre este punto de la dinámica Estado-mercado, recomendamos “Sobre la naturaleza del dinero y su relación con el Estado en perspectiva macro histórica: Una introducción” (Crespo, Bazza, Fernandez, De Fritas, Ghibaudi  y Muñiz, 2021)

[9] Sobre este tema, sigue vigente el clásico texto “El péndulo argentino, ¿hasta cuándo?” (Diamand, 1983).

[10] Sobre esto la referencia ineludible es la obra de Rogelio Frigerio (padre).

[11] Acá es clave seguir a Manuel Cruz (@ManuelMCruz2 en Twitter).

[12] Link: https://www.revistaciclica.com/post/no-hay-renovaci%C3%B3n-sin-fe (Consultado en linea el 18/03/2025)

[13] Acá es ineludible “Soberanía cognitiva: Una introducción a la autonomía psíquica” ( Juan Ruocco, 2025). Link: https://www.cuatroveintiuno.com/soberania-cognitiva-introduccion-autonomia-psiquica/